Sin lugar a dudas, la historia del láser comenzó en 1916 con Albert Einstein, quien planteó que en la formación de una línea atómica espectral, intervienen esencialmente tres procesos: la emisión espontánea, la emisión estimulada y la absorción. A cada uno de estos procesos les asignó un coeficiente (conocido como coeficiente «Einstein»), que representa una estimación de la probabilidad de que dicho proceso ocurra.
Pero desde los primeros estudios de este genio, debemos esperar hasta 1950 para que el equipo de CH Townes construyera el primer dispositivo de trabajo que aplicaba concretamente las teorías de Einstein: la tecnología en cuestión se llamó M.A.S.E.R., que es el acrónimo de Microwave Amplification by Stimulated Emission of Radiation (Amplificación de Microondas por Emisión Estimulada de la Radiación).
Al multifacético Theodor H. Maiman debemos los estudios posteriores, derivados del deseo de extender los principios de M.A.S.E.R. al campo de la luz infrarroja y visible, quien en 1960 completó el primer láser pulsado de rubí.
A partir de entonces, el láser tomó protagonismo en muchos campos y la investigación se orientó a desarrollar nuevas fuentes de láser y a mejorar las características de las existentes.